El anunciado agotamiento del sector inmobiliario empieza a dejarse notar con claridad en algunas áreas que han registrado espectaculares desarrollos en la última década. Es el caso de las comarcas del Pirineo, que vivieron su particular auge de casas y apartamentos de segunda residencia vinculados a la práctica de los deportes de montaña --sobre todo, el esquí-- y al disfrute de la naturaleza lejos de los agobios y calores costeros. Pues bien, un simple paseo por las urbanizaciones levantadas recientemente en La Vall de Boí, el Vall d'Aran o la Cerdanya permite comprobar cómo muchas de esas viviendas están ahora en venta. Es el signo inequívoco de que el ciclo ha terminado. Y, además, no era sostenible seguir construyendo apartamentos que se abren una media de 10 o 12 días al año en urbanizaciones que ocupan suelo de gran valor ambiental y paisajístico y a las que hay que llevar electricidad, agua y calefacción. El modelo ensayado en el Pirineo ante la pujanza de la segunda residencia ha sido fallido, por más que haya venido envuelto en piedra y tejados de pizarra. Era demasiado artificial que las comarcas menos pobladas del país se llenaran de grúas y que pueblos con mínimos servicios acogieran urbanizaciones con piscina y campo de golf. El turismo es muy importante para el Pirineo, pero el camino es adaptar la oferta a la demanda. En este sentido, promocionar pequeños hoteles de montaña o casas de turismo rural es más lógico que el despilfarro de tener urbanizaciones fantasma que solo tienen vida en Navidad y Semana Santa.
Editorial del Periodico
24 de septiembre de 2007
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