miércoles, 26 de marzo de 2008

Maltrato: la educación y el miedo a la denuncia




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MALTRATO EL MIEDO A LA DENUNCIA

1.- A pesar de las dificultades y del miedo hay que romper con el silencio. denunciar es el primer paso para salir del círculo de la violencia.

2.- La violencia no es un instinto, no es necesaria para vivir; se aprende observando los comportamientos agresivos de los adultos.

3.- Los malos tratos son un problema que permanece oculto. Se calcula que al menos el 95% de las agresiones no se denuncia


Los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación primaria son los más importantes en la formación. Caen ideologías, caen sistemas, caen estructuras, pero en cambio se mantienen principios de desigualdad sobre los que se articulan incluso las sociedades más avanzadas. El trato discriminatorio a la mujer persiste en ámbitos como el laboral o el económico y parece que fuera desapareciendo de otros, como el educativo. Cuando una mujer es golpeada física o psicológicamente en su círculo más cercano, aparece, como en un espejo, la imagen misma de lo que nuestra sociedad sigue siendo.
El rol social que se atribuye a la mujer la convierte en víctima de una violencia específica que, aunque la conocemos por doméstica, es el más evidente ejemplo de violencia de género.
El poder y el dominio se consideran valores positivos, aún más en nuestras sociedades competitivas, y esos atributos continúan siendo intrínsecos a la virilidad. Estos “valores” fundamentan estructuras de desigualdad, y un medio para alcanzarlos, demostrarlos o defenderlos es la agresión.

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Los médicos forenses, Miguel y José Antonio Llorens Acosta, sostienen que a lo largo de la Historia las agresiones masculinas han sido una demostración de autoridad y superioridad que las mujeres aguantaban como “pago” a la protección que el hombre les ofrecía. Todavía hoy en muchos casos, el hombre representa esa protección y esa seguridad, sobre todo económica.
La violencia doméstica no se da únicamente entre mujeres dependientes, con poca formación o bajo nivel cultural; jóvenes universitarias o mujeres de clase media y alta son también objeto de este tipo de agresiones, aunque sus posibilidades personales y económicas hacen que no se prolongue en el tiempo. Un estudio del profesor José Antonio Carrobles entre estudiantes universitarias revelaba que el 7% había sido víctima de alguna agresión de carácter sexual... lo preocupante es que el 17% de sus compañeros encontraba alguna justificación a la agresión.

Un problema social

Hasta 1998 no se percibía en la opinión pública la convicción de que la violencia doméstica era una cuestión social y una señal de alarma ante una realidad que concernía a todos. El caso del asesinato de Ana Orantes a manos de su marido tenía todos los componentes de gran titular: quemada viva tras años de palizas y con unos hijos que repudiaban al agresor. [...] bastaron unas imágenes en televisión para que sus reivindicaciones empezaran a ser escuchadas. Desde entonces ha pasado de ser un asunto privado, que sólo concierne a la pareja, a un problema social, que también compete a las autoridades.

En 1998 un total de 35 mujeres murieron a manos de sus cónyuges, en el 99 el número ascenció a 42. (En 2007 la cifra ha llegado a 74 mujeres y hasta marzo de 2008 17).

Uno de los principales logros, según las asociaciones, es el creciente número de denuncias ya que podría afirmarse que los malos tratos son en realidad un problema oculto: se calcula que el 95% de las agresiones no se denuncia. Uno de los principales retos es acabar con el sistema que otorga impunidad al agresor, para que la mujer perciba que la denuncia puede ser el principio del fin. Fundamentalmente, las críticas se centran en la aplicación de la legislación.

Respuesta penal insuficiente

La mayoría de los colectivos que trabajan para acabar con el maltrato hacia la mujer coinciden en señalar que la legislación es clara y suficiente, aunque siempre podría mejorarse. La Asociación de Mujeres Juristas Themis estudió la respuesta penal a la violencia familiar mediante el análisis de casi 2.500 expedientes judiciales. [...] El 51% de las sentencias que se pronunciaron fueran absolutorias y tan sólo en el 18% el agresor fue condenado.
Otra constante es la falta de rigurosidad de los jueces, ya que en la mayoría de los casos se imponen las penas mínimas y sólo se actúa con contundencia si se producen resultados de muerte, nunca en prevención de los mismos. [...]

Síndrome de Estocolmo doméstico

A pesar de las dificultades y del miedo hay que romper el silencio. El silencio siempre es un obstáculo y una de las principales trabas que tiene la mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y “traicionar” al que ha sido su compañero, asumir el juicio social, sentirse responsable de las agresiones, la falta de perspectivas personales y económicas… son factores psicológicos y sociales que perpetúan la lacra de la violencia doméstica.
La macroencuesta realizada en marzo por el Instituto de la Mujer revela que el 12,5% de las mujeres maltratadas no se reconoce como tal. ¿Mecanismo de defensa o interiorización de unos roles impuestos? Según Andrés Montero, Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, la definición misma de maltrato no es unívoca y depende de tantos factores que para muchas mujeres los insultos no son agresiones... para otras muchas, un bofetón, tampoco.
La mayoría de las que sufren maltrato están inmersas en una maraña de comportamientos para poder aguantar el infierno de la convivencia. Muchas no soportan esta situación y acaban tomando la opción del suicidio... las cifras sobre muertes por malos tratos nunca contabilizan los datos de suicidios.
Los síntomas depresivos que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad.
El informe La violencia doméstica contra las mujeres elaborado por el Defensor del Pueblo en 1998, insiste en el arraigo entre muchas mujeres de lo que denomina “el amor romántico”, que con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega, refuerzan la actitud de sumisión. Consideran un fracaso la separación porque después de tanto esfuerzo no han conseguido salvar su relación.
Asumen el sufrimiento como un desafio, como si ellas pudieran cambiar la situación, cambiarle a él. Echan la culpa de la irritabilidad de sus compañeros a factores externos como la falta de trabajo, los problemas, e incluso llegan a culpabilizarse a sí mismas. Encuentran cualquier argumento para justificar a su pareja; en el 45% de las denuncias, la mujer argüía el alcoholismo del hombre como causa desencadenante de la agresión, cuando está demostrado que el porcentaje de agresiones que se producen bajo los efectos del alcohol es muy reducido.
La ausencia de unas redes sociales sólidas hacen que su mundo sea su compañero, que los proyectos de él sean los suyos propios y que todo se reduzca a él.
Pero ¿cómo se explica que una mujer pueda soportar durante años malos tratos brutales (más del 70% convive con el agresor más de cinco años)? ¿Por qué no sólo no los rechaza sino que encuentra justificaciones? Dar una explicación a estas reacciones paradójicas es uno de los objetivos de Andrés Montero. Este experto ha desarrollado un modelo teórico denominado Síndrome de Estocolmo doméstico. [...] se reconocen cuatro fases. 1 .- Los primeros malos tratos rompen el espacio de seguridad que debería ser la pareja, donde la mujer ha depositado su confianza y expectativas. Esto desencadenaría desorientación, pérdida de referentes, llegando incluso a la depresión. 2.- En la denominada fase de reorientación, la mujer busca nuevos referentes pero sus redes sociales están ya muy mermadas, se encuentra sola, generalmente posee exclusivamente el apoyo de la familia. Con su percepción de la realidad ya desvirtuada, se autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y resistencia pasiva. 3.- Fase de afrontamiento, donde asume el modelo mental de su compañero, tratando de manejar la situación traumática. 4 .- En la última fase, de adaptación, la mujer proyecta la culpa hacia otros, hacia el exterior, y el Síndrome de Estocolmo doméstico se consolida a través de un proceso de identificación.

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La violencia hacia las mujeres es un proceso que, aunque depende de los factores biológicos, sociales o culturales de cada persona y de cada pareja, presenta etapas comunes. Al principio la tensión es la característica del hombre maltratador, se muestra irritable y no reconoce su enfado por lo que su compañera no logra comunicarse con él, lo que provoca en ella un sentimiento de frustración. Todo comienza con sutiles menosprecios, ira contenida, fría indiferencia, sarcasmos, largos silencios. A la mujer se le repite el mensaje de que su percepción de la realidad es incorrecta por lo que ella empieza a preguntarse qué es lo que hace mal y comienza a culpabilizarse de lo que sucede.

A este primer estadio de acumulación de tensión le sucede la fase de explosión violenta marcada por la pérdida total del control y el comienzo de las agresiones mediante insultos, frases hirientes, golpes y/o abusos sexuales. La mujer es incapaz de reaccionar, está paralizada por el dolor o por la dificultad de encontrar una respuesta a estas actitudes. Está viviendo una indefensión aprendida. Durante la mal llamada etapa de “luna de miel”, el agresor se arrepiente de su actitud, promete no volver a hacerlo, cambia para contentarla y durante un tiempo se comporta como ella espera. La mujer entonces se siente reforzada, cree, erróneamente, que ha logrado que su compañero comprenda, siente que cuenta en la relación. A esta falsa ilusión sigue un nuevo ciclo de tensiones en el momento en que el hombre considera que está perdiendo el control sobre ella.
Del abuso verbal en un 90% de los casos se pasa a la violencia física... pero el abuso verbal también es maltrato. Tan traumática puede ser una agresión física como un continuo maltrato psicológico.
[...]

Educación y prevención

La violencia no es un instinto, no es un reflejo ni tampoco una conducta necesaria para la supervivencia. Como afirma el informe del Defensor del Pueblo “La violencia se aprende. Se aprende observando cómo los padres, los hermanos mayores o los vecinos se relacionan”. Lo cierto es que los estudios sobre violencia doméstica establecen la característica común de que tanto víctimas como agresores asumen con mayor permisividad la violencia porque crecieron en un entorno en el que ésta era una forma común de expresarse. La mayor parte de las mujeres maltratadas tuvieron experiencias negativas en su familia: sufrieron la violencia de sus padres o fueron testigo del sufrimiento de una madre maltratada, así, adquirieron un rol pasivo de sumisión y sometimiento. Están pues habituadas a este tipo de conducta por lo que han desarrollado una desvalorización de su persona y se han adaptado a un continuo maltrato. En cuanto a los maltratadores, igualmente proceden, en su mayoría, de familias donde existían los malos tratos y han interiorizado la violencia como un instrumento de poder.

Los psicólogos consideran que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.
[...] La prevención a través de la educación es una de las reivindicaciones del colectivo de mujeres que trabajan con las víctimas del maltrato doméstico. [...] Inculcar valores de igualdad, de respeto, de tolerancia, educar en la no violencia, transmitir modelos donde la comunicación sea la palabra y no la agresión... son los pasos necesarios para erradicar esta flagrante violación de los Derechos Humanos más básicos.

Teléfono: Gratuito 24 horas 016 Es un servicio anónimo en el que la llamada no deja rastro en el terminal de la mujer agredida.
Teléfono gratuíto de emergencia del Instituto de la Mujer 900 19 10 10
Comisión de investigación de malos tratos a mujeres Tel.: 900 10 00 09 De lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00
Servicio gratuíto de atención telefónica a mujeres víctima de agresiones 900 58 08 88 24 horas
Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas Tel.: 91 441 85 55



Este artículo es de Lola Pérez Carracedo publicado en la revista OeNeGe Octubre/2000 lolaperez@oenege.org y ha sido extraído de http://www.nodo50.org/mujeresred/

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