En uno de los párrafos de 'Dios los cría...' Fernando Sánchez Dragó relata: "En Tokio, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda... Tendrían unos trece años. Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba". Después de la polémica desatada por estas declaraciones Dragó ha intentado justificarse, explicando ahora que "es una historia literaturizada, digamos, a partir de una anécdota trivial. Se remonta a 1967. Ya ha llovido: casi medio siglo. Fue un coqueteo sin importancia".
Sánchez Drago se ha explicado así en su página web: "¿Qué sucedió aquella noche del otoño de 1967 en el vestíbulo de la estación de Ikebúkuro de Tokio? Yo volvía a casa desde la redacción de la NHK, en la que como periodista trabajaba. Crucé junto a un grupo de chicos y chicas, muy arregladitos todos, sobre todo ellas. Es verdad que lucían minifalda, taconazos y maquillaje atrevido. Eso era usual entre las jovencitas japonesas. Lo sigue siendo ahora. Pasé a su lado. Se rieron. Una de ellas me guiñó un ojo. Me detuve. Charlé un poco, en torpe inglés por ambas partes, con los unos y con las otras. Congeniamos. Nos fuimos a tomar un café al barcito que aparece en el relato. Estaba junto a la estación. Nos demoramos allí una media hora. Charlábamos. Reíamos. Gastábamos bromas. Eran muy curiosos. Había, por aquel entonces, muy pocos extranjeros en Japón.Es verdad que dos de las chicas coqueteaban conmigo y que lo hacían, aunque no durante todo el tiempo, turnándose en sus idas y venidas al lavabo. No sé por qué. Quizá para retocarse el maquillaje. Sus amigos estaban delante, desperdigados por las cuatro mesas que allí había. Todo fue inocente y amistoso. Apenas hubo contacto físico: cogernos de la mano, mirarnos a los ojos, algún beso furtivo en la mejilla… A eso me refería con lo de trajinar, no a lo otro. Honni soit qui mal y pense…Y eran ellas, siempre ellas, quienes tomaban la iniciativa. Es cierto que les pedí el teléfono. Es cierto que me lo dieron. Es cierto que al día siguiente llamé, y era falso. También es cierto que me gustaron y me excitaron. ¿A quién no? Eran monísimas, simpatiquísimas y coquetísimas. No tenían trece años. Eso es seguro, porque trabajaban, o eso me dijeron, en una empresa. Todo el mundo, en Japón, parece mucho más joven de lo que es, y aquellas chicas no eran excepción a la regla. Es muy difícil calcular la edad de un japonés. A ellos también les cuesta trabajo calcular la nuestra.
¿Por qué les asigné esa edad? Por nada importante. Era una forma de hablar y un pellizco de pimienta en mi relato. Lo mismo podía haber dicho doce, o quince, o dieciocho.
Menos mal, en todo caso, que no dije doce, sino trece, porque ésa es la edad de consentimiento sexual tanto en Japón como en España.
Cuando yo, en el texto mirado ahora con lupa de inquisidor, menciono esa palabra -delito- y aseguro, entre risas, que ya puedo confesarlo porque está prescrito, estoy recurriendo a algo que quizá mis detractores no conozcan: la ironía y, de paso, el sentido del humor. ¿Debería haberlo entrecomillado?
[...] Una vez dicho todo esto, y para zanjar el estúpido debate abierto por la maledicencia, la hipocresía, el sectarismo y el sensacionalismo en torno a una nimiedad, añado, de corazón, que, si a alguien que no sea un chacal, sino una persona decente, ha ofendido mi comentario, le brindo mis disculpas -los escritores, eso es cierto, tenemos la lengua muy larga- y le pido perdón.
¿Cómo no voy a hacerlo si mil veces he dicho y he escrito, en nombre de Buda, de Jesús y de tantos otros, y de mí mismo, que eso, el perdón, honra no sólo a quien lo da, sino también a quien lo recibe?
Juro, además, por mi honor, y por si alguien lo considerase necesario, que nunca, en ningún lugar, fuera de los juegos de mi infancia, he tenido trato erótico de ningún tipo con personas menores de edad.
Lo que, en cambio, no puedo decir es mea culpa, porque ni la hubo ni yo, en consecuencia, me siento culpable.Ahí va mi mano abierta. Estréchela quien lo desee".
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Desde luego una versión no tiene nada que ver con la otra, puede que fuera una fantasía, una historia literaturizada como dice, pero esta contada como un hecho real en un libro-entrevista sobre él. Una cosa es una novela literaria y otra unas confesiones en unas conversaciones, entrevistas o memorías. Desde luego unos utilizarán esto para atacarle y otros para defender lo que es indefendible dependiendo de la ideología de cada uno. Pero una cosa está clara, si fue real es totalmente condenable, y que encima se jacte de ello, y si es como dice una literaturización de la realidad es de muy mal gusto, y de muy poca responsabilidad como figura pública. No se puede triavilizar este tipo de sucesos porque desgraciadamente la pederastía está al orden del día y la sufren cada día miles de niños.
Por supuesto la presidenta de la Comunidad de Madrid, la Sra. Esperanza Aguirre se ha aferrado al argumento de "historia literaturizada" esgrimido por Dragó para minimizar los hechos. Para ello ha comparado al escritor español con un Premio Nobel como Gabriel García Márquez, con uno de los dramaturgos estadounidenses más relevantes, Henry Miller, y con su propio tío materno, el poeta Jaime Gil de Biedma. Añadiendo:"¿Y qué pasa, que hay que quemar esos libros como si fuéramos torquemadas? O mejor, ¿quemamos a los autores?."