De nada han servido hasta ahora las denuncias de la Organización Mundial de la Salud, la Cruz Roja o la propia UE. El cierre de fronteras impuesto por Israel desde junio en Gaza como represalia a la toma del poder de Hamás está teniendo efectos devastadores. "A millones de palestinos se les niega la dignidad. No de vez en cuando, sino todos los días", advirtió el jueves la Cruz Roja. Esta política de castigo colectivo, que ha arruinado la industria, la agricultura y ha puesto al borde del colapso a los hospitales y al sistema de aguas, afecta especialmente a los pacientes que requieren tratamiento urgente fuera de Gaza para salvar la vida. Desde junio, Israel ha negado la salida a 825 enfermos críticos, casi un cuarto de las solicitudes, incluidos niños y mujeres. En ciertos casos, la condiciona a que los pacientes se conviertan en confidentes. Resultado: 44 muertos desde junio, según el Gobierno palestino. Israel aduce "razones de seguridad" para vetar la salida de los pacientes.
Los hospitales de Gaza carecen del equipamiento necesario para realizar trasplantes y algunos tratamientos y cirugías, desde el cáncer a las cardiovasculares. De acuerdo con la ley internacional, Israel debería ocuparse de estos casos o como mínimo autorizar su traslado a centros sanitarios de Cisjordania, Jerusalén Este, Egipto o Jordania. Pero el Estado judío niega su condición de potencia ocupante y considera los traslados como un "gesto humanitario". Un gesto que nunca llegó para Tamir Al Yazi, de 12 años. Su varicela se complicó al aparecer un derrame en el cerebro. Los médicos pidieron su traslado, pero el permiso nunca llegó. A los seis días fue enterrado.Yaaser Abú Haya, de 36 años y padre de siete hijos, tenía todo listo para ser operado del corazón en un hospital palestino de Naplusa. Pero al llegar a la frontera, el espionaje israelí puso condiciones a su salida. Le pidieron información sobre su hermano, de las Brigadas de Al Aqsa. Querían que se convirtiera en confidente. Abú Haya se negó. "Vete a morir en Gaza y que te cure tu hermano", le respondieron los agentes. Un último ejemplo de los 825: Alá Huda, 23 años. Recibió una veintena de disparos en las dos piernas. Los médicos intentaron trasladarle a Israel, pero se le denegó el permiso porque en junio el Tribunal Supremo israelí dictaminó que solo se debe permitir la entrada a pacientes con riesgo de muerte. Para Al Huda no estaba en juego su vida sino su calidad de vida. "¿Vida?", se pregunta ahora desde su casa de Beit Lahiya. "Ser cojo en Gaza significa ser incapaz de trabajar y de formar una familia. Es decir, no tener vida".
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